El primer paso del amor es
la relación que establecemos con nuestros padres, con esos dos seres que a
través de un acto de amor hicieron posible que nos encarnáramos en quienes
somos. Es probable que con el paso del tiempo, de la convivencia y con nuestro
propio aprendizaje, hayan anidado en nosotros dos actitudes respecto a ellos:
la arrogancia y/o la suficiencia. La primera se basa en la premisa “Soy mejor
que tú” y la segunda en la premisa “No quiero lo que me das”. Pero al igual que
el río no puede llevar agua a la fuente, la tarea fundamental de los hijos es
agradecer a los padres el agua por la que pueden convertirse en río.
Un gran río no puede desmerecer
a su fuente porque sea poco caudalosa, porque si la fuente decidiera dejar de
manar, no existirían los meandros, ni las grandes orillas, ni las campiñas, ni
las ciudades que se levantan majestuosas en las riberas.
Es indiferente lo que tus
padres dejaron de hacer por ti, el daño que te han causado, las experiencias
que te han marcado…porque si hubieran decidido no tenerte, sencillamente no
estarías aquí.
Por eso quería dedicar esta
primera entrada de “Los siete pasos del Amor” a ese primer vínculo que
cualquier ser humano tiene con la vida. No podemos vivir en armonía sin vivir
en armonía con los que nos dieron el regalo más grande que se puede conceder,
el mero hecho de nacer, de vivir.
Al igual que la vida es lo
que es, nuestros padres son lo que son. Quizá porque no tuvieron las mismas
oportunidades, quizá porque no tuvieron las mismas herramientas, quizá porque
no supieron hacerlo mejor, al fin y al cabo, no nacemos con un libro de
instrucciones bajo el brazo.
Gracias, gracias, gracias
por la vida…Podría ser una buena forma de comenzar a vivir de nuevo, de
conectarnos con la esencia de estar en el mundo, de tener la oportunidad de
sencillamente, vivir.
Los siete
pasos del Amor
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